Hace ya cinco años escribí en este mismo hilo unas cuantas chorradas sobre cafeterías en la isla de Tenerife
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viewtopic.php?p=22877#p22877 y terminaba con un cuento corto irónico y Eduardomendoziano
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He vuelto casi todos los años y las cosas han ido cambiando. Morty's cerró, como no podía ser de otra forma, y el Starbucks de la casa de Miranda pasó a ser un negocio decente de pastelería.
Tras mi primer viaje nada más terminar el confinamiento, escribí una secuela de aquel cuento, aunque entonces no lo llegué a publicar. Ahora, y viendo que las cosas han cambiado, creo que a mejor, veo que en algunos aspectos no había exagerado demasiado y me animo a compartirlo.
Relato: “Exploración fallida en el sector café en Spain”
Misión original: Hacer un informe detallado de las razones por las que, de la noche a la mañana, la zona territorial M8 ΩΩSp18, Spain le dicen allí, en la que aún siguen quemando el café con azúcar, se ha convertido en la vanguardia mundial del ¬¬ΩIβ, Specialty Coffee en el idioma local.
Ubicación: Aunque las ordenes eran amerizar en las coordenadas 63Ω (IIβ) Pi 31416BBB, una avería inesperada en la tapa de los gucilatos que ha afectado a la comunicación entre los módulos de la sidentera y del cicerín, tuve que hacerlo mucho más al suroeste, en una isla que, en el lenguaje aborigen, se llama Teneriffa Insel. La nave se averió justo sobre una zona conocida como Bajada de la Virgen del Carmen, y desde entonces solo he podido contactar con la flota en una ocasión, pues poco después de enviar mi primer y único informe, tuve que hacer desaparecer la nave. Tampoco pude contactar con la Virgen.
Después de muchos intentos infructuosos para restablecer la comunicación, con la ayuda de un herrero y un estudiante de Veterinaria aficionado a la yerba fumada, he logrado recomponer el transmisor ≭ ⋢ M6 ¬ Σ
Paso a relatar mis primeros días en el planeta y los resultados de mis investigaciones.
Me adentro en la ciudad más próxima para continuar mi adaptación entre los humanos. Según mis primeros análisis, la especie tiene una extraña dependencia de la sustancia motivo de nuestro estudio aquí llamada café. Decido investigar su relevancia cultural.
09:22 hora local. Primer destino: En el edificio más atractivo de los alrededores se oculta una cafetería que podríamos identificar como “Café Oculto”. La entrada apenas indica el objeto del negocio, tan solo parece estar indicado en una especie de artefacto, diseñado por nuestros antecesores más remotos, para frenar las «caídas» de seres vivos o inertes mediante la resistencia generada por él mismo al atravesar una capa de uno o más gases, logrando una velocidad de caída segura y prácticamente constante.
Avanzo decidido y entro. El lugar está frecuentado por los especímenes más refinados de la especie terrestre, conocidos como hipsters. Decido adoptar una forma apropiada para no desentonar: gafas de sol innecesariamente grandes, barba postiza y un sombrero tan pequeño que desafía cualquier funcionalidad.
Un humano de complexión delgada, vestido como yo con mi disfraz, me aborda.
—¿En qué viaje gustas embarcarte hoy? —me pregunta con una seriedad desconcertante.
Viaje… Pienso brevemente en el desastre de mi aterrizaje en la isla y sus inevitables daños estructurales a la nave. ¿Estará intentando ofrecerme algún tipo de reparación?
—Un viaje corto, por favor —respondo, intentando integrarme en la jerga local.
El humano me mira como si le hubiera pedido interpretar poesía en ruso. Luego señala una pizarra repleta de nombres ininteligibles para mí: “Autumn Blend”, “Sumatra volcánico”, “Guatemala místico”. Lo único que he entendido claramente es que ningún café se llama aquí Tenerife. Señalo el primero, más por azar que por elección.
Después de un tiempo indefinido, el humano coloca un recipiente de cartón frente a mí. Tomo un sorbo. A los pocos segundos, una reacción interna desata un estallido de señales neuronales. Mi cerebro extraterrestre no logra decodificarlo del todo, pero puedo asegurar que percibo… ¿notas de barro húmedo y azufre?
El humano observa mis gestos en busca de aprobación, lo que me obliga a sonreír, cosa complicada cuando uno tiene tres mandíbulas superpuestas. Pago en papel moneda local (aún no he descifrado del todo por qué se intercambia por objetos útiles) y me retiro con paso firme, para evitar que me proponga un viaje más largo.
Día 7. Hora: 14:34. Ubicación: Santa Cruz de Tenerife. Misión: probar un café de especialidad.
Tras jornadas exhaustivas de investigación en el campo — desde la terraza de mi aposento, donde el único movimiento aparente es el de una palmera decidiendo si caerse o no—, decido aventurarme en la apasionante misión de encontrar un café decente. La primera parada es “El Grano Cósmico”, un templo de la nueva era donde el café no se bebe, se experimenta. Entro, tratando de no intimidar a los baristas con mi ignorancia, y enseguida me doy cuenta de que algo no va bien.
—¿Con qué podemos deleitar tu existencia hoy? —me pregunta un muchacho que parece haber hecho un máster en Transcendencia Barística.
—¿Tienen café solo? —pregunto, tratando de sonar casual, como si fuera la pregunta más pertinente del mundo.
Él frunce el ceño, mirándome con la misma decepción que un filósofo griego ante un tuit mal escrito. Con calma, me muestra la carta, una obra maestra tipográfica donde cada café tiene al menos tres adjetivos y dos notas de cata. El “Peruano Andino con notas de canela salvaje” me mira desde el papel, retador. Pienso en salir corriendo, pero ya he sido marcado como ignorante, así que no queda otra que asumir mi destino.
—Uno de esos... —digo señalando vagamente.
Enseguida, me traen una taza, pequeña como mis expectativas. Me informan de que está terminantemente prohibido ponerle azúcar y que, no obstante, debo darle tres vueltas en sentido contrario a las agujas del reloj antes de beber, para activar el “torbellino sensorial” del café. Lo hago, más por compromiso que por fe. Lo pruebo. Es… curioso. Mis papilas gustativas están tan confundidas que deciden tomarse el resto del día libre. Aun así, sonrío. Por fuera. Por dentro, ruego que acabe pronto.
El sabor no está mal, aunque detecto más notas de mi incapacidad para fingir que me importa la experiencia. Pago lo que equivale a un pequeño contrato hipotecario y me voy, no sin antes prometerles que volveré (no lo haré).
Décimo octavo día 11:15 horas. Primera parada: “Cafetería Astral”, en La Laguna. El nombre me resulta prometedor. Tal vez, aquí sepan algo sobre la tecnología de mi nave. Entro con mi atuendo de camuflaje mejorado: chaqueta de cuero y gafas de lectura sin cristales. Esta vez, intento ser más específico en mi pedido.
—Uno de esos cafés que hacen que los humanos dejen de bostezar —digo con convicción.
El encargado me observa con sospecha. Aquí la atmósfera es distinta: hay más silencio, lo que me hace sospechar que he entrado en algún tipo de santuario. Tras una breve pausa, el barista se dispone a preparar el pedido. Esta vez, no hay complicados aparatos ni bailes en torno al café. El líquido aparece en mi mesa con una rapidez asombrosa.
—Este es nuestro café etéreo, fermentado durante seis días en una cueva volcánica —dice con gravedad.
¿Fermentado en una cueva volcánica? Mi interés aumenta. Esto suena más alineado con mis estudios geotérmicos sobre las entrañas del planeta. Lo pruebo.
Mis sensores internos detectan una oleada de sabores inusuales: ¿ceniza, azufre, corteza de árbol? No estoy seguro de que este sea el mejor uso de los recursos volcánicos del planeta. Sin embargo, intento adoptar la actitud humana, levantando las cejas (que aún no sé usar bien) y asintiendo lentamente, como si hubiera comprendido algo profundo.
El humano, satisfecho con mi expresión de falsa sabiduría, me deja solo.
Segunda parada, La Laguna, 15:40 horas. “El arte del café”. Al entrar, mis sensores visuales detectan un enjambre de objetos diminutos esparcidos por todas partes. Tazas en miniatura, sacos de café, e incluso, para mi sorpresa, figuras de animales hechos de… ¿café? Y lo más extraño de todo: vehículos de dos ruedas, normalmente de igual tamaño, cuyos pedales transmiten el movimiento a la rueda trasera por medio de un plato, un piñón y una cadena. La cantidad de cosas extrañas e inservibles es abrumadora. No sé si estoy en una cafetería o en una tienda de recuerdos de un planeta que no conozco.
Un humano diminuto, tan diminuto que su tamaño podría ser otro objeto decorativo del local, me saluda con una sonrisa que parece fuera de lugar. Lleva un delantal, con más manchas de café que el propio suelo.
—¿En qué te puedo ayudar, amigo? —me dice con una familiaridad que no he solicitado.
—Café, por favor —respondo, intentando sonar como si supiera qué estoy haciendo aquí.
Me siento en una de las mesas, donde hay aún más objetos pequeños: servilletas minúsculas, cucharas que no sabría usar ni con tres dedos de más, y una carta tan detallada que mi cerebro alienígena tarda en procesar. Finalmente, el humano me trae lo que parece una taza, pero es tan pequeña que dudo que contenga líquido suficiente para una molécula. Lo observo. El humano observa cómo lo observo.
Decido no cuestionar sus costumbres. Pruebo el café. Una explosión de sabores extraños invade mis sentidos. Detecto trazas de madera, y… ¿tierra? Tal vez lo pequeño era más fuerte de lo que parecía. Finjo disfrutarlo mientras mi sistema digestivo lucha por procesarlo.
16:45. Tercera parada: “El Grano Encantado”, una cafetería aún más pequeña que la anterior, pero con dos vehículos como los descritos anteriormente, lo cual ya de por sí es un misterio digno de investigación intergaláctica. En la puerta, y seguramente como reclamo publicitario, están sentados dos humanos vestidos con extrañas y llamativas vestimentas con inscripciones de colores, pantalón corto muy ceñido y unos zapatos con los que no pueden andar. El local parece estar hecho enteramente al servicio de esa estética pues las paredes están llenas de imágenes y objetos incomprensibles: fotos de humanos que, al parecer, profesaron esa religión y que, aparentemente, se llamaban Eddy Merckx o Indurain, vestimentas no tan llamativas, pero con algún tipo de historia y, una de ellas, con la inscripción, Faema, que es la misma que la de la máquina en la que preparan la bebida.
Me siento en una silla diminuta, cuya estabilidad pongo en cuestión.
Un humano de edad indefinida aparece detrás de un mostrador cubierto con una gorra con más inscripciones. No habla, solo me observa, esperando que diga algo. En este momento, decido que lo más seguro es pedir lo más básico para evitar accidentes.
—Café… normal —digo, esta vez con una mezcla de esperanza y resignación.
Aparece delante de mí otra taza ridículamente pequeña. Me doy cuenta de que aquí el café no es tanto una bebida como un arte marcial. Sorbo con precaución. El sabor es... diferente. Este tiene notas de algo metálico. Temo haber bebido algún tornillo accidentalmente. No sería raro, dada la densidad de cosas extrañas en el local.
Mientras trato de concentrarme en beber sin dañar el mobiliario o mi sistema digestivo, una señora de aspecto severo comienza a cambiar de sitio los vehículos y las cosas extrañas. El espacio entre los objetos es tan reducido que cualquier error podría causar una reacción en cadena capaz de sepultar la isla bajo una avalancha de objetos extraños.
Mientras salgo de El Grano Encantado, me doy cuenta de que he derramado parte del café sobre una foto de un tal Perico Delgado. Es hora de abandonar la zona antes de que la catástrofe sea irreparable.
Aprovecho para grabar mis conclusiones:
Conclusión preliminar del estudio:
1. El café terrestre es una bebida ritual, en torno a la cual los humanos desarrollan complejas coreografías sociales y técnicas.
2. Existe una creencia generalizada de que un precio desmedido del grano altera al alza su calidad y sus virtudes, aunque no está claro si esto se basa en algún tipo de ciencia o simple superstición.
3. Los baristas humanos, sacerdotes de este culto, parecen convencidos de que el café tiene un impacto místico en su psique, aunque esto aún no ha sido comprobado con rigor.
Fin del informe.
Entre aconsejar bien y aconsejar mal hay un honrado término medio: no dar consejos